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西语童话阅读:En el corral
作者: 来源:万语网 发布日期:2009-03-26 浏览次数:

Había llegado un pato de Portugal; algunos sostenían que de España, pero da lo mismo, el caso es que lo llamaban «El portugués». Era hembra: puso huevos, lo mataron y lo asaron. Ésta fue su historia. Todos los polluelos que salieron de sus huevos heredaron el nombre de portugueses, con lo cual se ponía bien en claro su nobleza. Ahora, de toda su familia quedaba sólo una hembra en el corral, confundida con las gallinas, entre las cuales el gallo se pavoneaba con insoportable arrogancia.

-Me hiere los oídos con su horrible canto -decía la portuguesa-. No se puede negar que es hermoso, aunque no sea de la familia de los patos. ¡Sólo con que supiera moderarse un poco! Pero la moderación es virtud propia de personas educadas. Fíjate en estos pajarillos cantores que viven en el tilo del jardín vecino. ¡Eso sí que es cantar! Sólo de oírlos me conmuevo. A su canto lo llamo Portugal, como a todo lo exquisito. ¡Cuánto quisiera tener un pajarito así a mi lado! Sería para él una madre, tierna y cariñosa. Lo llevo en la sangre, en mi sangre portuguesa.

Y mientras decía esto llegó uno de aquellos pájaros cantores; cayó de cabeza, desde el tejado, y aunque el gato estaba al acecho, logró escapar con un ala rota y se metió en el corral.

-¡El gato tenía que ser, esta escoria de la sociedad! -exclamó el pato-. Bien lo conozco de los tiempos en que tuve patitos. ¡Que un ser de su ralea tenga vida y pueda correr por los tejados! No creo que esto se permita en Portugal.

Y compadecía al pajarillo, y lo compadecían también los demás patos, que no eran portugueses.

-¡Pobre animalito! -decían, acercándose a verlo uno tras otro

-Es verdad que no sabemos cantar -confesaban-, pero sentimos la música y hay algo en nosotros que vibra al oírla. Todos nos damos cuenta, aunque no queramos hablar de ello.

-Pues yo sí quiero hablar de ello -declaró la portuguesa-, y haré algo por el pajarillo; es un deber que tenemos -. Al decir esto, se subió de un aletazo al abrevadero y se puso a chapotear en el agua con tal furia, para remojar la avecilla, que por poco la ahoga. Pero la intención era buena.

-Es una buena acción -dijo-, y los demás deberían tomar ejemplo.

-¡Pip! -dijo el pajarillo, intentando sacudirse el agua del ala rota. Le era difícil mover el ala, pero comprendía que el pato lo había remojado con buena intención.

-¡Es usted muy buena señora! -dijo, temblando ante la idea de recibir una segunda ducha.

-Nunca he reflexionado sobre mis sentimientos -dijo la portuguesa-, pero sé que amo a todos mis semejantes menos al gato; eso nadie puede exigírmel ¡devoró a dos de mis pequeñuelos! Pero acomódese como si estuviera en su casa. También yo soy oriundo de un país lejano; ya lo habrá notado usted en mi porte y en mi plumaje. Mi marido no es de mi casta; es del país. Mas no crea que yo sea orgullosa. Si alguien en este corral puede compararse con usted, ese soy yo, se lo aseguro.

-Se le ha metido Portugal en la mollera -dijo un patito ordinario, que era muy chistoso; y los otros de su clase celebraron mucho su ocurrencia y se acercaron atropelladamente, gritand «¡guac!». Enseguida trabaron amistad con el pajarillo.

-La portuguesa habla bien, hay que reconocerlo -dijeron-. A nosotros las palabras nos salen con dificultad del pico, pero interés sí tenemos. Y si nada podemos hacer por usted, al menos no lo aturdiremos con nuestra cháchara; y eso nos parece lo mejor de todo.

-Tiene usted una voz deliciosa -observó uno de los más viejos-. Debe de ser una gran dicha el poder hacer disfrutar a tantos. Yo confieso que el canto no es mi fuerte; por eso estoy con el pico cerrado, lo cual siempre vale más que decir tonterías, como tantos hacen.

-No lo molestes -dijo la portuguesa-. Necesita descanso y cuidados. -Pajarillo, ¿quiere que vuelva a remojarlo?

-¡Oh no, gracias, deje que me seque! -suplicó el interpelado.

-Pues, para mí, la hidroterapia es lo mejor -observó la portuguesa-. La distracción es también un buen remedio. No tardarán en venir a visitarnos las gallinas de al lado; hay entre ellas dos chinas que llevan pantalones; son muy cultas y distinguidas, y además son importadas, lo cual las eleva mucho en mi concepto.

Llegaron las gallinas, y con ellas el gallo, el cual estuvo muy cortés y no dijo groserías.

-Es usted un excelente cantor -dijo, iniciando la conversación- y sabe sacar de su voz todo el partido posible, habida cuenta de lo débil que es. Ahora, que, para revelar la virilidad mediante la potencia del canto, le haría falta una fuerza de locomotora.

Las dos chinas, al ver al pajarillo, quedaron embelesadas. Por efecto de la ducha recibida estaba el pobrecillo tan desgreñado, que se parecía mucho a un pollito chino.

-¡Es encantador! -exclamaron, acercándose para entrar en relación con él. Hablaban cuchicheando y en la lengua de la «p», que es la usada por los chinos distinguidos.

-Nosotras pertenecemos a su especie. Los patos, incluso la portuguesa, son aves acuáticas; seguramente ya lo habrá observado. Usted no nos conoce todavía, pero, ¡cuántas relaciones tenemos y cuántos están impacientes por conocernos! Vivimos entre las gallinas, aunque nacimos para ocupar una barra más alta que la mayoría de las demás. Pero dejemos esto. Convivimos con las otras, cuyos principios no son los nuestros, sin meternos con nadie; procuramos ver sólo el lado bueno de las cosas, y hablamos únicamente de las acciones virtuosas, por difícil que sea encontrarlas donde no las hay. Mas hablando con franqueza, aparte nosotras dos y el gallo, no hay nadie en el gallinero que valga nada ni sea honorable. En cuanto a los habitantes del corral de patos, ándese con cuidado. Se lo advertimos, pajarito. ¿Ve aquel derrabado de allá? No se fíe: es falso e insidioso. Aquel de plumas de colores, con un lunar en el ala, es pendenciero, y siempre quiere llevar la razón, a pesar de que no la tiene nunca. Aquel pato gordo de allá habla mal de todo el mundo, lo cual es contrario a nuestro temperamento. Si uno no tiene nada bueno que decir, debe cerrar el pico. La portuguesa es la única que posee cierta cultura y con quien se puede alternar, pero es muy apasionada y habla demasiado de Portugal.

-¡Vaya modo de cuchichear esas chinas! -decían algunos patos-. Son unas pesadas; nunca hemos hablado con ellas.

En esto llegó el marido de la portuguesa, quien cometió la indelicadeza de tomar al pájaro cantor por un gorrión.

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